martes, 8 de noviembre de 2011

No puedo equivocarme por ti

Cuando uno se embarca en la aventura de tener hijos, desde el minuto cero, todo es un sufrir. Primero sufrimos por si no llega el deseado embarazo, después por si algo no va bien, y cuando por fin tenemos a nuestra criatura en brazos, entonces caemos en la cuenta de que sufrir, lo que se dice sufrir, es lo que acaba de comenzar.
 
Mientras son pequeños uno va pensando "qué ganas tengo de que crezca para dejar de sufrir tanto", porque claro, al principio que si no come bien, que si le duele la barriguita, que si los cólicos, que si el no dormir... y luego crecen un poco y llegan las rabietas, las cabezonerías, el no ver el peligro y tener que andar con mil ojos para que no se nos rompan los angelitos, que algunos son más tranquilotes y se van librando, pero otros lo van pidiendo a gritos en cada gesto. Luego llegan las enfermedades, las convalecencias, los dichosos virus infantiles, las noches en vela poniendo termómetros y velando su sueño con esos necesarios mimitos de mamá que todo lo curan. Y aún pensamos "qué ganas tengo de que crezca un poco más y entonces sí que podré dejar de sufrir por ti". Entonces crecen más, claro, faltaría más, y llegan las visitas a urgencias, las radiografías de "solo ha sido un golpe", las de "uys, esto se ha roto y hay que operar", y la sensación terrible de culpa, de "tenía que haberle cuidado más, haber estado más pendiente", ¡como si eso fuera posible! También entonces pensamos en lo de "qué ganas tengo de que crezca un poco más aún y ya sí que dejaré de sufrir por fin".
 
Pero también crecen más y llega ese día en que les dejas solos ante el mundo, ese mundo claramente hostil para ellos, del que tendríamos que ser capaces de protegerles y es imposible, porque no lo abarcamos todo, porque solo somos sus padres y no nos podemos meter en su cabeza, en su pensamiento, en sus ideas, y no podemos hacerles ver que cuando eligen un camino que no es el correcto, se están equivocando, porque aunque nada nos gustaría más en esta vida, no nos podemos equivocar por ellos. Solo podemos estar ahí, a su lado, esperando que su equivocación no les haga mucho daño, y si lo hace, estando ahí para limpiarles también estas heridas, y estar a su lado, como lo hemos estado desde antes que nacieran. Aunque a estas alturas ellos ya no lo recuerden y es entonces cuando comprendemos de verdad el significado del amor por los hijos, ese que no espera nada a cambio, porque nada va a recibir, y sin embargo, sigue luchando para que ellos no sufran, no importa cuánto suframos nosotros a cambio.
 
Por suerte, durante todos esos años hemos ido acumulando un buen puñado de sus besos, sus caricias, sus abrazos, sus miradas de amor incondicional, sus "te quiero, mami" y todos esos millones de cosas que hacen que haya valido la pena. Y por encima de todo, igual que siempre, seguimos pensando "qué ganas tengo de que sigas creciendo un poco más para que ya no suframos ninguna de las dos".